Biblioteca Popular José A. Guisasola



Cuento» LA NARIZ


Era un dentista, respetadísimo. Con sus cuarenta y pocos años, una hija casi en la universidad. Un hombre serio, sobrio, sin opiniones sorprendentes, no obstante una sólida reputación como profesional y ciudadano. Un día, apareció en su casa con una nariz postiza. Pasado el susto, la esposa y la hija sonrieron con fingida tolerancia. Era una de esas narices de goma con lentes de marcos negros, cejas y bigotes que hacen que la persona se parezca a Groucho Marx. Pero nuestro dentista no estaba imitando a Groucho Marx. Se sentó a la mesa para almorzar -siempre almorzaba en casa- con la rectitud acostumbrada, quieto y algo distraído. Pero con una nariz postiza.

—¿Qué es eso? —preguntó su esposa después de la ensalada, sonriendo menos.

—¿Eso qué?

—Esa nariz.

—Ah. La vi en una vitrina, entré y la compré.

—Justo tú, papá...

Después del almuerzo, fue a recostarse en el sofá de la sala, como hacía todos los días. Su esposa se impacientó.

—Sácate esa cosa.

—¿Por qué?

—Hay momentos y momentos para las bromas.

—Pero esto no es una broma.

Durmió la siesta con la nariz de goma hacia arriba. Después de media hora, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Su mujer lo increpó.

—¿Adónde crees que vas?

—¿Cómo, adónde creo que voy? Voy a volver al consultorio.

—¿Pero con esa nariz?

—No te entiendo —dijo él, mirándola con censura a través de los marcos sin vidrios—. Si fuese una corbata nueva tú no dirías nada. Sólo porque es una nariz...

—Piensa en los vecinos. Piensa en los pacientes...

Los pacientes, realmente, no entendieron el por qué de la nariz de goma. Se rieron ("Justo el señor, doctor..."), le hicieron preguntas, pero terminaron la consulta intrigados y salieron del consultorio con dudas.

—¿Él enloqueció?

—No sé —respondía la recepcionista, que trabajaba con él hacía 15 años—. Nunca lo vi así.

En aquella noche se duchó, como lo hacía siempre antes de dormir. Después se puso su pijama y la nariz postiza y se fue a acostar.

—¿Vas a usar esa nariz para dormir? —preguntó la esposa.

—Voy. De hecho, no voy a sacarme más esta nariz.

—Pero, ¿por qué?

—¿Por qué no?

Luego se durmió. Su mujer pasó la mitad de la noche mirando la nariz de goma. De madrugada comenzó a sollozar. Él había enloquecido. Era eso. Todo estaba acabado. Una carrera brillante, una reputación, un nombre, una familia perfecta, todo a cambio de una nariz postiza.

—Papá...

—Sí, hija.

—¿Podemos conversar?

—Claro que podemos.

—Es sobre esa nariz...

—¿Mi nariz, otra vez? ¿Pero ustedes sólo piensan en eso?

—Papá, ¿cómo no vamos a pensar? De un momento a otro un hombre como usted resuelve andar de nariz postiza, ¿y no quiere que nadie lo note?

—La nariz es mía y voy a continuar usándola.

—Pero, ¿por qué, papá? ¿No se da cuenta que se transformó en la payaso del edificio? No puedo ni mirar a los vecinos, de vergüenza. La mamá ya ni tiene más vida social.

—No tiene por qué no tener...

—¿Cómo es que ella va a salir a la calle con un hombre de nariz postiza?

—Pero no soy "un hombre". Soy yo. El marido de ella. Una nariz de goma no hace ninguna diferencia.

—Si no hace diferencia entonces, ¿por qué usarla?

—Si no hace diferencia, ¿por qué no usarla?

—Pero, pero...

—Hija...

—¡Basta! No quiero conversar más. ¡Usted ya no es más mi padre!


La esposa y la hija se fueron de la casa. Él perdió a todos los pacientes. La recepcionista, que trabajaba con él hacía quince años, renunció. No sabía qué esperar de un hombre que usaba nariz postiza. Evitaba aproximarse a él. Mandó la petición de renuncia por correo. Los amigos más cercanos, en una última tentativa de salvar su reputación, lo convencieron a consultar un siquiatra.

—Vas a concordar —dijo el siquiatra, después de concluir que no había nada de errado con él— que tu comportamiento es un tanto extraño...

—¡Extraño es el comportamiento de los otros! —dijo él—. Yo continúo siendo el mismo. Noventa y dos por ciento de mi cuerpo continúa siendo lo que era antes. No cambié la manera de vestir, ni de pensar, ni de comportarme. Continúo siendo un buen dentista, un buen marido, un buen padre, contribuyente, socio del Fluminense, todo igual que antes. Sin embargo, las personas repudian todo lo demás debido a esta nariz. Una simple nariz de goma. Quiere decir que ya no soy yo, ¿soy mi nariz?

—Eres... —dijo el siquiatra—. Tal vez tengas razón...

¿Usted qué cree, lector? ¿Él tiene razón? De cualquier modo, él no se entregó. Continúa usando la nariz postiza. Porque ahora no es más una cuestión de nariz. Ahora es una cuestión de principios.



La Nariz, título original "O Nariz", cuento de Luis Fernando Verissimo, incluido en su libro O Analista de Bagé (93ª ed. Porto Alegre, L&PM, 1992, pp. 39-42).
Traducción de Paula Vera

Fuente consultada: http://www.letras.mysite.com/verisimpaula2.htm

Proyecto Patrimonio— Año 2004
Página chilena al servicio de la cultura dirigida por Luis Martinez S.



Luis Fernando Verissimo
CARICATURA SÁVIO ARAÚJO
https://www.revistacontinente.com.br/edicoes/189/luis-fernando-verissimo


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